Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez,
¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de
Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como
“moraleja”.
Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los
jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos.
Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.
En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de
las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar
alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que esta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir,
todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia,
excluyendo así todo lo irreal. Pero, si
profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de
fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla
con la razón.
Haciendo un resumen de la
fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta
a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy
sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta
sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo
que el pastor responde:
«Ni las letras
seguí, ni como Ulises
(Humildemente respondió el anciano),
Discurrí por incógnitos países.
Sé que el
género humano
En la escuela del mundo lisonjero
Se instruye en el doblez y la patraña.
Con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero?
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio
firme al vicio me ha inspirado,
Ejemplos
de virtud da a mis acciones.
Aprendí de
la abeja lo industrioso,
Y de la hormiga, que en guardar se afana,
A pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el
hermoso
Y fiel sin semejante,
De
gratitud y lealtad constante
Es el mejor
modelo,
Y si acierto a copiarle, me consuelo.
Si mi nupcial amor lecciones toma,
Las encuentra en la cándida paloma.
La gallina a sus pollos abrigando
Con sus piadosas alas como madre,
Y las sencillas aves aun volando,
Me prestan reglas para ser buen
padre.
Sabia naturaleza, mi maestra,
Lo
malo y lo ridículo me muestra
Para
hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
Con aire grave, tono
jactancioso,
Pues saben los prudentes
Que, lejos de ser sabio el que así hable,
Será un búho solemne, despreciable.
Un hablar moderado,
Un silencio oportuno
En mis conversaciones he
guardado.
El hablador molesto e
importuno
Es digno de desprecio.
Quien
escuche a la urraca será un necio.
A los
que usan la fuerza y el engaño
Para el
ajeno daño,
Y usurpan a los otros su derecho,
Los debe aborrecer un noble pecho.
Únanse con los lobos en la caza,
Con milanos y halcones,
Con la maldita serpentina raza,
Caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué
dije!
Los hombres tan malvados
Ni aún
merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso
Como el usurpador y el envidioso.
Por último, en el libro interminable
De la naturaleza yo medito;
En todo lo creado
es admirable:
Del ente más sencillo y
pequeñito
Una contemplación profunda
alcanza
Los más preciosos frutos de
enseñanza.»
Samaniego da personalidad de
hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en
la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes
creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los
animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres. Por otra
parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a
escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos
ellos bajo cualquier concepto. Lo
fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la
particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo
personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin
adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la
vida. También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo
clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en
repetidas ocasiones.
A la hora de
mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se
presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo
con la sociedad racional de la época:
«Tu virtud acredita, buen anciano
(El Filósofo exclama),
Tu ciencia verdadera y justa fama.
Vierte el género humano
En sus libros y
escuelas sus errores;
En preceptos
mejores
Nos da naturaleza su doctrina.
Así quien sus verdades examina
Con la meditación y la experiencia,
Llegará a conocer virtud y ciencia.»
Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor
explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer
versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los
muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo,
malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los
niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”
Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En
cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo
es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los
apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con
la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los
sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la
atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de
endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas;
pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la
ventaja que no tienen los de estancia más largas”.
Pienso que los poemas de este autor son muy
valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia,
las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran
ir de la mano en estos versos. Son
innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas
estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª
deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo
que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia
distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo
que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que,
sin embargo, lo anhela con toda su alma.