viernes, 13 de febrero de 2015

Un guiño a la niñez: Las fábulas

Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez, ¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como “moraleja”. 

Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos. Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.  

En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que esta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir, todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia, excluyendo así todo lo irreal.  Pero, si profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla con la razón.  
Haciendo un resumen de la fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo que el pastor responde:  

«Ni las letras seguí, ni como Ulises 
(Humildemente respondió el anciano),  
Discurrí por incógnitos países. 
Sé que el género humano 
En la escuela del mundo lisonjero  
Se instruye en el doblez y la patraña.  
Con la ciencia que engaña 
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero? 
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado  
Naturaleza en fáciles lecciones: 
Un odio firme al vicio me ha inspirado,  
Ejemplos de virtud da a mis acciones.  
Aprendí de la abeja lo industrioso, 
Y de la hormiga, que en guardar se afana,  
A pensar en el día de mañana. 
Mi mastín, el hermoso  
Y fiel sin semejante, 
De gratitud y lealtad constante  
Es el mejor modelo, 
Y si acierto a copiarle, me consuelo.  
Si mi nupcial amor lecciones toma,  
Las encuentra en la cándida paloma.  
La gallina a sus pollos abrigando  
Con sus piadosas alas como madre,  
Y las sencillas aves aun volando, 
Me prestan reglas para ser buen padre.  
Sabia naturaleza, mi maestra, 
Lo malo y lo ridículo me muestra  
Para hacérmelo odioso. 
Jamás hablo a las gentes 
Con aire grave, tono jactancioso,  
Pues saben los prudentes 
Que, lejos de ser sabio el que así hable,  
Será un búho solemne, despreciable.  
Un hablar moderado, 
Un silencio oportuno 
En mis conversaciones he guardado.  
El hablador molesto e importuno  
Es digno de desprecio. 
Quien escuche a la urraca será un necio.  
A los que usan la fuerza y el engaño  
Para el ajeno daño, 
Y usurpan a los otros su derecho,  
Los debe aborrecer un noble pecho.  
Únanse con los lobos en la caza,  
Con milanos y halcones, 
Con la maldita serpentina raza,  
Caterva de carnívoros ladrones. 
Mas ¡qué dije! 
Los hombres tan malvados  
Ni aún merecen tener esos aliados. 
No hay dañino animal tan peligroso  
Como el usurpador y el envidioso.  
Por último, en el libro interminable  
De la naturaleza yo medito; 
En todo lo creado es admirable:  
Del ente más sencillo y pequeñito  
Una contemplación profunda alcanza  
Los más preciosos frutos de enseñanza.»  

Samaniego da personalidad de hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres. Por otra parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos ellos bajo cualquier concepto.  Lo fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la vida. También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en repetidas ocasiones.  
A la hora de mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo con la sociedad racional de la época:  

«Tu virtud acredita, buen anciano 
  (El Filósofo exclama), 
Tu ciencia verdadera y justa fama.  
Vierte el género humano 
En sus libros y escuelas sus errores;  
En preceptos mejores 
Nos da naturaleza su doctrina.  
Así quien sus verdades examina  
Con la meditación y la experiencia,  
Llegará a conocer virtud y ciencia.»  

Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo, malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”  

Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja que no tienen los de estancia más largas”.  

Pienso que los poemas de este autor son muy valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia, las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran ir de la mano en estos versos. Son innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que, sin embargo, lo anhela con toda su alma.

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