Al hablar de Romanticismo nos referimos a ese movimiento
cultural y literario que defiende que la razón no es la explicación a todo,
como ocurría en la Ilustración, si no que existe un mundo paralelo al que ésta
no puede acceder y en el que es posible la aparición de lo fantástico y
sobrenatural. Así podemos verlo en sus escritos, donde el autor es considerado
un auténtico genio creador que ayuda a descifrar esa realidad que la razón no
puede explicar.
En este período aparece
una literatura muy atrayente para todas las clases sociales. Es aquella en la
aparece lo sobrenatural, el espectro, la noche oscura y tenebrosa, cementerios,
calaveras, misterios… Una literatura que dista mucho de lo anterior conocido y
que creará una realidad llena de supersticiones y miedos olvidados por la
sociedad española.
El cuento toma
protagonismo en varias ediciones de periódicos y revistas, ocupándolas casi por
completo, puesto que era lo que la sociedad deseaba leer. Es así, como en el
tomo IV de la revista Cartas españolas, en 1832, aparece publicado bajo la
firma de “El Solitario”, Los tesoros de la Alhambra.
“Ayer al asomar la noche, recogía el fresco
por el puente último que lleva al Abellano, y donde viene también a dar la
senda que conduce a las espaldas de la Alhambra. Solitario el sitio, y la hora
a propósito, me dejaba ir en alas de mis devaneos, cuando una voz cercana a mí
en extremo me sacó de mis ensueños, diciéndome: "¿Eres valiente? Quieres
hacer fortuna? Volví los ojos y me encontré á dos pasos con un soldado de mas
que alta estatura, con morrión de cresta, con gola y vestes azules, con el
rostro no desagradable pero pálido y ceniciento, y con la voz si bien honda y
tristísima nada desapacible. Llevaba terciada la espada del hombro, y en la
mano apoyaba la pica oscura pero de hierro muy luciente.
Al darnos de bruces con semejante escritura,
nuestra mente hace un recorrido por las obras ya conocidas, y nos sitúa frente
a frente con El estudiante de Salamanca. No es complejo adivinar tal obra ente
otras tantas, pues la situación del lugar, la noche, la aparición, el ambiente…
nos hace situarnos en otro contexto muy parecido pero con distintos personajes:
Nuestro querido caballero Don Félix de Montemar ante el espectro de la bella
Elvira, que lo llama desde el inframundo para salvarle la eternidad. Si
comparamos dichas escenas descubrimos las similitud en los parajes; puertas de
hierro, frío, noche, bruma, sonidos inquietantes… más si enfrentamos dichas
historias, vemos como la tragedia hace mella en ambas, como la eternidad
errante, pesada, se hace presente, es como un peso que ahoga al personaje e
incluso al lector, una angustia que no deja respirar rodeado de esos árboles
emitiendo sonidos sepulcrales con desconocido emisor.
En Los tesoros de la Alhambra, el espectro
cuenta a Don Carlos, protagonista de la historia, que él tiene como misión
guardar los tesoros de los moros por toda la eternidad, pero que cada tres años
tiene la oportunidad de salir de su encadenamiento y buscar a alguien que lo
sustituya. Don Carlos, asume por completo la historia, cegado por custodiar
tales tesoros, pero éste no conseguirá ser el nuevo guardián y la ambición por
esa riqueza lo llevará a la más pura enajenación, incluso a la muerte, siendo
sus últimas palabras: “¡Los tesoros de la Alhambra!”.
De nuevo vemos en ambos personajes la
osadía, el anhelo de poder, la creencia de ser inmortal y ser capaz de todo, ya
que de esta misma manera se paseaba Don Félix de Montemar por las calles de
Salamanca, haciendo estragos aquí y allá, creando un poder falso que solo lo
conduciría a la muerte y al no descanso eterno
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